El caso de Ian Moche, presentado como un niño símbolo de inclusión, revela un entramado político y económico detrás de su exposición mediática. Una madre con ambiciones políticas, un psicólogo sin matrícula provincial y un sistema de diagnósticos exprés y CUDs formaron una red que convirtió la vulnerabilidad infantil en negocio.
Lo que parecía un relato de conciencia social terminó siendo una maquinaria de poder e intereses, con vínculos directos con el kirchnerismo y operaciones que hoy están bajo revisión.
Marlene Spesso: del relato personal al negocio con la imagen de su hijo
Marlene Spesso, madre de Ian Moche, buscó durante años llegar a la política local de Morón sin éxito. Heredó una imprenta y una tapicería, pero su ambición siempre estuvo en lo mediático. Se presentó como “hija de desaparecidos”, aunque su nombre no figura en ningún registro oficial. Su hija mayor la acusó, en transmisiones en vivo, de manipulación psicológica y maltratos, relatando que su madre la hacía creer que estaba enferma. Son testimonios sin respaldo judicial, pero aportan a ese perfil de cruzada personal bajo sospecha.
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El punto de inflexión llegó en 2022, cuando Infobae publicó la nota que lanzó a Ian a la fama. En ese momento, Marlene preguntó en privado: “¿Cuánta plata se puede hacer con el nene?”. Incluso llegó a presentarse dos veces en la productora Evenpro Conferencias, donde ofreció los derechos de imagen de su hijo —incluyendo su contenido en redes sociales— y conferencias pagas en eventos. Ambas veces fue rechazada. O sea, Marlene intentó vender los derechos de su propio hijo. Una ironía brutal.
Desde ahí la exposición se transformó en negocio: Ian fue declarado “Huesped de Honor” por el municipio de Rio Gallegos (Decreto N° 4836/2.022), dio conferencias, viajó por el país, y la madre cobró los honorarios. Todo mientras el chico seguía en un colegio común, sin medicación ni adaptaciones, pero forzado a entrevistas incluso en horarios insólitos.
Lic. Matías Cadaveira: psicólogo sin habilitación provincial y operador K
El verdadero arquitecto detrás de Ian fue el Lic. Matías Cadaveira. Psicólogo con matrícula en CABA, atiende en Castelar (Av. Santa Rosa 750) sin habilitación provincial, lo que implica irregularidad.
Su trayectoria incluye un paso por la Fundación INECO con Facundo Manes y un período en Filo News, donde trabajaba como psicólogo hasta que fue echado. Según fuentes cercanas, Cadaveira fue quien moldeó la figura pública de Ian. Su vínculo personal con Wado de Pedro —a quien versiones no confirmadas señalan como paciente suyo— le abrió las puertas del kirchnerismo. Fue él quien llevó a Ian a la Casa Rosada y quien acercó a Marlene al entorno de Cristina Kirchner, cumpliendo su sueño de llegar a la ex presidente.
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Cadaveira se presenta como especialista en autismo, aunque su metodología dista de los estándares internacionales. En lugar de usar pruebas reconocidas como el ADOS —el “gold standard” en diagnósticos de autismo—, recurría a cuestionarios online rápidos y diagnósticos exprés como el autotest que tanto militaba públicamente.
Basta con revisar las entrevistas de hace apenas uno o dos años para detectar cómo todo este entramado ya estaba camuflado detrás de sus declaraciones. Escucharlas hoy, con el diario del lunes, eriza la piel.
Una ex paciente, en diálogo con La Derecha Diario, fue categórica:
“Es un monstruo, te hace creer lo que él quiere que creas, te usa, te saca dinero. Me destruyó la cabeza: estuve meses tomando altas dosis de antipsicóticos diciéndome que mi autismo era neurodegenerativo. Me generó un enorme daño con mi identidad, con mis relaciones, con mi trabajo y con mi salud. Es una mala persona que destruyó a mucha gente.”
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El curro del CUD: diagnósticos iatrogénicos y una caja aceitada
El corazón del negocio estaba en el diagnóstico. Según fuentes en off, Cadaveira aplicaba un esquema de diagnóstico iatrogénico: te decía directamente “vos sos autista”, te invitaba a hacer un test y lo resolvía online en pocos minutos. De esa manera inducía la condición y psiquiatrizaba al paciente, instalando un diagnóstico que abría la puerta a la maquinaria económica.
El paso siguiente era claro: con ese diagnóstico, se gestionaba el Certificado Único de Discapacidad (CUD). Ese documento habilitaba pensiones y coberturas del Estado. Y ahí entraba en juego la red de Cadaveira: los mismos que diagnosticaban ofrecían después terapias, acompañantes, masajistas, secretarias y sesiones “especiales”. Todo bajo un mismo paraguas. Y pagado por los contribuyentes.
En paralelo, las psiquiatras del equipo, entre ellas Valeria Greif (M.N 114206) , eran quienes prescribían la medicación. Cadaveira, por su parte, minimizaba la gravedad de esos tratamientos al describirlos —según testimonios— como “antipsicóticos más suaves que un Rivotril, como caramelos”.
Así, el circuito cerraba perfecto: el Estado ponía la plata, los servicios se facturaban dentro de la misma red, y la caja volvía siempre al círculo de confianza de Cadaveira.
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Incluso, en potencial, se menciona que figuras públicas como Maju Lozano habrían pasado por este entramado, lo que muestra hasta dónde se expandió la red.
La historia que se presentó como la de un niño en busca de inclusión terminó revelando un entramado político y económico. Una madre que preguntaba cuánto podía ganar con la imagen de su hijo. Un psicólogo que ejercía sin matrícula provincial y tejió vínculos con el kirchnerismo. Y un sistema de diagnósticos inducidos, psiquiatriciación y CUDs que se transformó en una caja millonaria.
Hoy Matías Cadaveira se muestra como referente de la militancia “por la discapacidad” y encabeza campañas contra el gobierno de Javier Milei, denunciando supuestos recortes. Pero la paradoja es brutal: es el mismo que, según fuentes en off, habría montado un negocio aprovechándose tanto de discapacitados como de personas sanas a quienes convencía de que eran autistas con diagnósticos exprés.
La explicación es simple: cuando se empezó a revisar la caja de la discapacidad y a cortar los curros que durante años funcionaron con el CUD como moneda de cambio, se golpeó de lleno al sistema que alimentaba su red. Y es en ese contexto donde surge la movida política contra Milei: no como una defensa genuina de los más vulnerables, sino como la reacción desesperada de quienes ven caer su negocio.
El kirchnerismo abrazó a Ian Moche como símbolo. Pero detrás del relato inclusivo había otra realidad: una maquinaria aceitada de negocios, ambiciones y poder. Y hoy, con la caja en riesgo, estalla la ofensiva.
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Lo realmente alarmante del rol del licenciado Matías Cadaveira es que no solo se trata de un profesional de la salud mental, sino que la misma persona a la que él promueve y expone públicamente se encuentra en un marco de tratamiento. Y de ninguna forma un proceso psicológico puede implicar la exposición mediática ni el uso político de un paciente. Mucho menos cuando se trata de un niño, con la vulnerabilidad y el impacto devastador que semejante presión genera sobre la psiquis de una infancia.
La infancia debería ser un terreno vedado. Cuando hablamos de un menor, la gravedad se multiplica exponencialmente. Los chicos no tienen la madurez cognitiva ni emocional para dimensionar lo que implica convertirse en figuras públicas, y mucho menos pueden consentir de manera informada su participación en campañas que los marcan de por vida.
La psiquis infantil —y más aún en casos de autismo— necesita ambientes predecibles, seguros y contenidos. La exposición mediática y la politización de su condición representan exactamente lo contrario: caos, presión e instrumentalización.
Resulta profundamente hipócrita que un profesional que se presenta como defensor de los derechos de las personas con autismo perpetúe, precisamente, una de las formas más sutiles pero devastadoras de discriminación: la cosificación. Exhibir a un paciente como estandarte público no es inclusión, es usarlo como objeto de campaña, vaciándolo de dignidad y reduciéndolo a herramienta política.
La verdadera conciencia social sobre el autismo no se construye con niños usados como banderas, sino garantizando su derecho a una vida privada, digna y libre de manipulación. Cadaveira no generó inclusión: generó exposición, cosificación y daño. Y hoy, cuando la caja que alimentaba este entramado empieza a desmoronarse, queda a la vista la magnitud de la perversión.