Para unos, este miércoles empiezan Los 10 días que conmovieron al mundo, célebre obra de John Reed para narrar el estallido de la Revolución Rusa en 1917. Más deseo violento que comparación cierta. Otros, también radicalizados, imaginan un despliegue fenomenal de gente, más de 100 mil, como en la Colombia de 1948, cuando fue la Marcha del Silencio convocada por Jorge Eliécer Gaitán, previa al trágico Bogotazo tras el asesinato del líder liberal. Son predicciones aciagas, de dudosa repetición, que enlutan o revolucionan el traslado de Cristina Fernández de Kirchner desde su casa en Balvanera hasta los tribunales de Comodoro Py para perder su libertad efectiva por unos cuantos años.
Ella misma imaginó esa travesía apoteótica del Imperio Romano, según se advirtió en las declaraciones de una senadora más fiel que Lassie, la mendocina Anabel Fernández Sagasti, luego de su participación en la cumbre del PJ. Se preocupa el Gobierno, la Justicia, poco la propia condenada, quien convoca a un despliegue del gentío en forma pacífica. Si se puede.
Así como el tribunal se apresuró en citarla con varios días de aviso, quizá Cristina también se anticipó demasiado en llamar a sus masas: le dio tiempo al juzgado a desistir de citarla por cualquier escándalo popular y podría resolver un día antes que permanezca en la alborotada morada en la que se refugia para cumplir su pena domiciliaria.
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Por estas características de exmandataria y promotora de manifestaciones, se piensa que es una presa política cuando, en rigor, es una política presa. Quien se ha convertido en prisionera por obra propia y cierta desidia e incapacidad. Como fue su administración: soberbia, impenetrable. A observar: buena parte del público piensa que la mandó enrejar el gobierno de Milei, los medios en general le atribuyen esa responsabilidad a la Corte Suprema, mientras Cristina y sus seguidores le imputan la culpa al partido judicial, a las corporaciones –de la norteamericana AmCham a la local AEA–, sin olvidar a Clarín, La Nación en sus distintas versiones, la CIA, el FBI, la Sinarquía y Fuerzas del Cielo que dominan la Tierra.
Ni una autocrítica, en cambio, por haber transitado cuatro años con un elegido o heredero, Alberto Fernández, quien hacía hand-off frente a la Justicia para tratar el caso de ella y preservarse a sí mismo como un impoluto de barrio. La viuda, a su vez, se equivocó en cambiar un operador poco apreciado que apretaba en los tribunales por una ristra inoperante que armó su hijo Máximo y La Cámpora –Ustarroz, Mena, entre otros–, quienes entraban en los juzgados como si fueran dueños, se hacían festejar por sus ocupantes y ni siquiera tuvieron inteligencia para estirar trámites, obtener resoluciones a favor o enlodar la causa. Saldo inaudito de cuatro años, impericia manifiesta ante una Justicia argentina poco considerada.
Ni hablar de las estrategias equivocadas de abogados caros que se han vuelto más caros con el tiempo: suele ocurrir con los grandes profesionales. Ahora van por un recurso ante organismos internacionales: más plata y tiempo en presidio en un departamento.
Torpezas varias, nunca admitidas por orgullo, hasta el ejemplo de no haber logrado el cambio de Procurador ni aceptar a un magistrado como Daniel Rafecas, un profesional controvertido que seguramente hubiera procedido distinto al ocupante actual de inexplicable supervivencia en el cargo, Eduardo Casal. Otro peso ante los fiscales.
Ni hablar también del encono de la dama con Ariel Lijo o Manuel García-Mansilla, a los que impidió treparse a la Corte para convertirla en una de cinco miembros en lugar de tres, por falta de confianza. Aunque justo es decir que esas nuevas voces no hubieran sido contrarias al último fallo: los papeles son los papeles, las firmas también, y el recorrido ante tantos juzgados previos –la mayoría designados curiosamente por Cristina– con dictámenes negativos impedía que el trío cortesano se escapara de un hecho consumado. Como ocurrió con Rosatti, Rosenkrantz y Lorenzetti.
Tal vez, hubiese ganado tiempo con algún desvío inventivo de los recién incorporados, lo que ella siempre necesitó para su aspiración política. Pero ese detalle jamás figuró en su soberbia omnipotencia, aunque parezca un oxímoron.
Basta ver, inclusive, cierta desafectación a la lectura, ya que algunos –por razones de interna partidaria– muchos de su bando se han mostrado estupefactos y heridos porque el fallo no contempla preso a Julio De Vido como culpable de los delitos, a pesar de figurar como número dos de Cristina en la corrupta cadena de mandos.
Típico de compañeros solidarios en el peronismo, esos que al parecer no tomaron en cuenta –como Juan Grabois– que en el momento en que se detuvo a José López con rebosantes bolsos de dinero frente a un sospechoso convento, también se confiscó el celular del funcionario, quien no registraba trato con el ministro, más bien lo ignoraba, y sí en cambio se comunicaba en más de una oportunidad con Cristina. O su marido, en carácter de “preferido” del matrimonio.
Recordar esta mención: ella misma lo reconoció en la Casa Rosada, en la visita del comandante Chávez a la Argentina –en la misión del venezolano que trajo por lo menos una valija a repartir con dólares a los más amigos, conocida como la causa Antonini Wilson– que para ella y su marido Néstor, “Josecito” había sido un hijo para ellos, discípulo criado y formado por la familia, casi un oriundo de Santa Cruz a pesar de su origen tucumano. Igual él nunca habló: omertà.
Las próximas horas de euforia cristinista por el momento ocultan otra penuria para ella y sus hijos: el decomiso de sus bienes. Nueva discusión, pero comprometida la viuda y su familia a pesar de las donaciones pasadas que a ella la dejan en la indigencia y no está protegido lo que le transfirió a su prole. Ni siquiera es necesario apelar a una acción pauliana para que el Estado recupere ese volumen de fondos a confiscar. Si soñó con dejarles a los nietos un legado voluminoso, ahora esa herencia está complicada y al borde del remate. Hay situaciones peores a pasarla mal en una cárcel dorada. Ese es un bajón todavía no contemplado con seriedad en la familia Kirchner, ya que en esos momentos los amigos también desertan. Sean o no testaferros.