martes, abril 8, 2025

Sin foto y sin jueces: nada marcha acorde al plan

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La virtud de Javier Milei fue la persistencia del personaje: sacado, misógino, violento. La fortuna -apelando a la dualidad maquiaveliana- se le presentó como crisis de representación; como indolencia de un sistema político desgastado y repudiado. El hartazgo social y el programa de ajuste del gran capital lo elevaron a presidente de la Nación. Pero ser outsider es, por definición, un estado transitorio; un camino incierto hacia algún lado. Ese destino parece ser el fracaso.

La escena política ofrece, en simultáneo, la estridente crisis del peronismo. Lastre necesario de la desastrosa administración que protagonizaron Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa: el Frente de Todos devino sinónimo de pobreza, inflación y trabajo precario. Los problemas trascienden liderazgos y candidaturas: anidan en la raíz misma del movimiento; en su utópico llamado a la conciliación de clases y a la regulación estatal del capitalismo.

Mirada de conjunto, la situación plantea una urgencia: la clase trabajadora y el conjunto de les oprimides requieren construir una nueva fuerza política, anticapitalista y socialista, capaz de impedir que la catástrofe económica y social en curso se siga derrumbando sobre sus cabezas.

Mendigando por una foto

Javier Milei transitó las últimas horas en Estados Unidos. Viaje desesperado, tenía una sola finalidad: hablar y fotografiarse junto a Donald Trump. El objetivo, fallido, confirma las urgencias oficiales: facilitar las condiciones del acuerdo con el FMI y habilitar negociaciones arancelarias bilaterales con Estados Unidos.

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Plagado de crisis comerciales y tensiones geopolíticas, el mundo se distancia de la imagen idílica del “libre mercado” publicitada por la gestión mileísta. La guerra comercial agiganta el sonido de los tambores de guerra. Las grandes potencias amenazan arrastrar a la humanidad entera a nuevas catástrofes. Sistema en decadencia, el capitalismo merece pasar al basurero de la historia.

Para la Argentina dependiente y atrasada no son buenas noticias. La ansiosa carrera de Milei y Caputo hacia el FMI es indisociable de la crisis que afecta a los fundamentals de su “modelo”. Fracaso anunciado a gritos, la política de usar el dólar como ancla anti-inflacionaria se estrelló contra sus propios límites. Marzo auspició un verdadero descontrol cambiario: cifra monstruosa, se evaporaron $3,000 millones en reservas. Se apeló, incluso, a los encajes bancarios: los ahorros de la población pasaron por las manos oficiales con destino a los especuladores.

El desquicie cambiario acompaña a otro, creciente, en la economía real. El brutal ajuste del consumo popular ya no alcanza para contener las presiones inflacionarias. Alimentos y servicios lideran un ranking que equivale a más hambre y más privaciones para las mayorías trabajadoras.

Entre los pliegues de esas tensiones crece la presión devaluatoria. Auspiciada por el FMI, pero también programa de una fracción del gran capital exportador, se anuncia como otra catástrofe para el pueblo trabajador.

Esa inestabilidad explica, también, los escasos resultados de la postración ante el gran capital. A diez meses de la Ley Bases y el RIGI, las inversiones siguen siendo más que modestas. Un reciente informe de Eduardo Levy Yeyati -citado en Cenital- indica que los grandes jugadores internacionales del mercado hidrocarburífero esperan “previsibilidad macroeconómica y cambiaria” y “un entorno estable durante al menos dos mandatos presidenciales para considerar un salto de escala”.

Demasiado tiempo para la vertiginosa dinámica política argentina, poblada de tensiones económicas y sociales. Hasta las elecciones generales de octubre están aún demasiado lejos, rodeadas de signos de interrogación.

El outsider y la casta

Crónica de una derrota anunciada, el Senado de la Nación aplastó la ambición oficial de una Corte Suprema adicta, rechazando los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla. Girando en U, el PRO -competidor directo del oficialismo en CABA- puso dos bancas a disposición del necesario quórum.

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Aventureros de la política, Milei y Caputo actuaron como una camarilla descontrolada, encarando su propio fracaso. La gran corporación mediática oficialista (La Nación) y sectores del gran empresariado (UIA y AmCham) habían vetado hacía tiempo el plan. Ese núcleo del poder económico persiste en la búsqueda de una institucionalidad perdurable, que trascienda el caotizado mundo de las coaliciones políticas y la inestable figura del presidente. Institución bonapartista por excelencia, en el régimen capitalista argentino la Corte ocupa un lugar de árbitro, que otorga o quita legitimidades.

La torpeza oficial aportó a la crisis. El reaccionario García-Mansilla habita ahora la incertidumbre; eso le da un valor más que discutible a cualquier fallo que lleve su rúbrica.

La larga catarsis de Grabois

En Los cuatro peronismos, Alejandro Horowicz reseñó que “en 1983, el cuarto peronismo era el lopezrreguismo, el ‘rodrigazo’ permanente, el deterioro del salario obrero, el retroceso del consumo popular, el reflujo del movimiento de masas y el prólogo de una derrota histórica” [1]. Aquel peronismo cayó ante Raúl Alfonsín. La reconstrucción demoró casi una década; llegó en tiempos de Menem. Requirió no solo el estrepitoso fracaso del gobierno radical, sino también la “renovación” del propio PJ y el disciplinamiento social que impuso la hiperinflación.

Al peronismo actual lo acosa la sombra de 2019-2023. La “pequeña política” (Gramsci) de chicanas y acusaciones es inescindible del fracaso del gobierno que encabezaron Alberto Fernández y Cristina Kirchner. De una gestión que, almidonando los hechos con apelaciones a la “Justicia Social”, desplegó un ajuste obsceno a las órdenes del Fondo Monetario. Desde mediados de 2022, Sergio Massa encabezó ese estrangulamiento económico dictado desde Washington.

Genuino o impostado, el catártico enojo que Juan Grabois desplegó este jueves en Cenital delinea esa crisis estructural del peronismo. Posiblemente también deba enfadarse consigo mismo. El referente de Patria Grande acompañó la gestión del Frente de Todos hasta último minuto. No solo eso: llamó a votar a Sergio Massa en noviembre de 2023.

Las calles y las urnas

Semeja una eternidad en la accidentada marea política nacional. Pero hace solo tres semanas tuvo lugar la jornada del 12 de marzo. Ese día, la violencia represiva estatal se encontró con la resistencia callejera: miles resistiendo, sabiéndose avalados por millones en todo el país. Símbolo de la pelea contra el ajuste, la lucha de las y los jubilados cuenta extendido apoyo social.

Esa legitimidad arrancó a la CGT de su estado de hibernación. Convocando a desgano a movilización y paro, intentará, también, limar el descontento que existe en su contra. La conducción sindical burocrática y el agrietado aparato político del PJ comparten agenda y calendario: las miradas apuntan a 2027. La movilización y el reclamo social integran una estrategia destinada a la reconstrucción electoral de un peronismo cada vez más en decadencia.

No obstante, la movilización del 9 y el paro del 10 de abril ofrecen una oportunidad para intervenir, fortaleciendo las peleas de los sectores combativos y antiburocráticos; apostando a ampliar la solidaridad con la lucha y de las y los adultos mayores. Imponer la continuidad mediante un plan de lucha resulta esencial.

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Las calles y la lucha de clases son los escenarios que se requieren para avanzar en una nueva fuerza política de la clase trabajadora, la juventud, el movimiento de mujeres y el pueblo pobre. Una fuerza política y social que plantee un horizonte socialista y revolucionario; que proponga un destino absolutamente distinto para el país, enfrentando el decadente remake de las gestiones capitalistas que -bajo distintos colores políticos- siguen conduciendo a millones a la catástrofe social y económica.

[1] Los cuatro peronismos, Edhasa, 2011. Buenos Aires. p. 313

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